Para comenzar a hablar un poco de lo amplio de este tema, quizá podríamos preguntarnos si en la infancia tuvimos un apego seguro con nuestros padres, si teníamos la sensación de que pertenecer a ese clan familiar, nos brindaba cobijo y amor. Si tuvimos que hacer esfuerzos para ser vistas y amadas por nuestros cuidadores, como por ejemplo ser una niña buena para no decepcionar o no desagradar.
¿Cuántas veces vivimos desde el miedo a no ser suficientes, el miedo a no ser amadas, o el miedo a ser rechazadas o a no ser valiosas, a no tener cubiertas las necesidades primarias etc?
Si te resuenan algunas de estas palabras sabrás que nuestro mecanismo de supervivencia se activó en esa primera infancia para sobrevivir a diversos sucesos difíciles de digerir.
Y cómo el transitar esos miedos diversos fue instaurando en nuestro cuerpo, disfunciones en algunos órganos internos y rigidez en caderas, piernas, pelvis.
Estas vivencias nos regalaron emociones negativas como ansiedad, depresión, inseguridad, agresividad, avaricia etc. En algunos casos acabamos siendo mujeres muy responsables y exigentes con dificultad para poner límites, entre otras consecuencias.
Sembrar Seguridad: Conocer este recorrido y comprender que nuestros padres hicieron lo que pudieron con las herramientas heredadas de los suyos, nos aporta liviandad para crear nuestro recorrido.
Observar, cómo nos hablamos a nosotras mismas en relación a estas heridas nos regala autoconocimiento, autovalidación emocional y transformación.
Cosechar estar a Salvo: Caminar descalza por la tierra húmeda y bailar al ritmo de tambores nos conecta con esa raíz, con la firmeza del suelo, nos aporta unas piernas fuertes que nos sostienen, nos da autoconfianza, equilibrio, estabilidad, arraigo, pertenencia.
Sentirnos seguras y a salvo es activar la capacidad que todas tenemos de mirar hacia dentro, descubrirnos, sentirnos y seguir por el camino de la vida evolucionando en paz y cada día más conectadas con nuestro propósito del alma.
Un abrazo